Aquí se encuentra un procedimiento que Adolfo Salazar llamaría «forma abierta», es decir, no sujeta a un modo previo, sino dependiente en su desarrollo de la estructura que marca el texto y, en última instancia, la liturgia. Obra concertante y grandilocuente, en la que contribuyen por igual el solista, el coro y la orquesta a la fuerza que de ella se desprende. El coro es aquí más audaz, no hay lugar para la sobriedad, alternando secciones brillantes con otras sensibles.
Es una curiosa mezcla entre lo barroco y lo clásico. Dependiendo del texto, Carrasquedo hace que aparezca la grandilocuencia o la delicadeza y hay una gran dosis de pintoresquismo barroco: modulaciones cromáticas cuando vamos a la casa de Yavé, escalas ascendentes en ascenderunt tribus, cinco compases con el Si bemol mantenido en el bajo en pedes nostris, división de acordes a ocho voces del coro en edificatur, acordes corales estáticos en fiat pax, etc, todo ello tan bien integrado en la trama musical que, lejos de salirse de ella, aumenta el interés general de la obra y comunica fácilmente con el oyente.
Consta de dos secciones básicas. La primera es de una tremenda variedad y colorido, ofrecido por la alternancia del tenor con las secciones corales, que oscilan entre homofonía y contrapunto a cuatro y ocho voces, y por las modulaciones cromáticas y la variedad melódica. Al contrario que la primera sección, la segunda es en compás ternario y estable armónicamente. Su función es la de conducir la obra a un glorioso y alegre final, así como proporcionar un equilibrio estético frente a la variedad y tensión de la sección anterior.
La primera sección, entonces, es entendida como una exploración constante de los centros tonales más relacionados a Fa mayor, tono que llega a imponerse al final de esta misma y será reconfirmado durante el Gloria Patri y Sicut erut inprincipio de la segunda. Es significativo que para culminar la primera sección Carrasquedo articule la forma con gran expresividad, haciéndonos sentir este momento como el clímax emocional. Compone una de sus melodías más conmovedoras, el Propterfrates meos, seguramente inspirado por el texto, ya que por el testamento de su padre sabemos de la bondad y capacidad de sacrificio de Carrasquedo hacia sus padres y hermanos. La melodía comienza en Re menor, creciendo de forma magistral con gestos elegantes y volviendo a Fa mayor. Así consigue, en este momento del salmo, no sólo el punto álgido melódico, sino también el formal y armónico. Después de esta resolución, la obra sólo tiene ya que confirmar la tonalidad de Fa mayor y equilibrarse formalmente con la primera sección, manteniendo la tensión conseguida en ella hasta llegar al triunfante final.