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Lynne Kurzeknabe, Santander y García de Carrasquedo por José Ramón Sainz Viadero

Han transcurrido ya más de treinta años —lo que, en algunos casos, significa media vida— desde que Lynne Kurzeknabe llegara a Santander con su maleta llena de ilusiones, su bagaje repleto de una cultura musical cosmopolita, su pedagogía un tanto insólita para nuestro panorama del tardofranquismo y sus deseos por poner en práctica en esta ciudad norteña cuanto había ido aprendiendo en su vida.

Su aproximación a un incipiente pero dinámico mundo universitario trajo como consecuencia inmediata poder ensayar muchos de sus propósitos y convertir en realidad algunos de sus sueños, transmitidos gracias a su poder de persuasión y una enseñanza sostenida entre la mímica y una lengua que no ha conseguido dominar completamente. Ella, que habla unas cuantas.

Nos mostró —porque puedo incluirme entre sus alumnos, si no el más aventajado sí el más avejentado— un repertorio bastante ecléctico, en el cual se incluían desde las canciones extraídas del clásico romancero español, hasta los lieder alemanes, pasando por las chansons francesas y hasta los spirituals negros. Todo ello dentro de un amplio programa que lo mismo podía servir para ser interpretado en el aula magna de una universidad que en el recoleto altar o en el austero coro de cualquier parroquia católica que no tuviera demasiados prejuicios a la hora de admitir en su seno la presencia de los himnos protestantes o el sentimiento profano propio de los cánticos negros procedentes de los Estados esclavistas americanos.

Pero Lynne, en lucha continua con el medio ambiente socio-cultural y también consigo misma, tenía delante de sí un reto personal: enlazar con la cultura musical de Cantabria, más allá de las tonadas del tipo de «Como quieres que la yedra…». Ese reto la llevó a un acercamiento —casi descubrimient&- a la personalidad y la obra de Juan Antonio García de Carrasquedo (Zaragoza, 1734 – Santander, 1812), un joven compositor que llegó a Santander en el año 1756, cuando la antigua villa todavía se encontraba bajo los fastos de la celebración de su nueva condición de ciudad, y en la que después sería la capital de Cantabria desarrolló una fecunda labor como primer maestro de capilla de su Catedral, como creador de una capilla instrumental y vocal, y, lo que es más trascendental aunque resulte en parte fruto de sus demás dedicaciones, como compositor de una obra en su mayor parte destruida en incendios y desaparecida como consecuencia de las obras, los traslados y la desidia.

Un compositor de resonancias en grave sintonía con la música religiosa del barroco italiano, pero también inclinado a añadir un toque galante, que proporciona a sus piezas un toque personal y las convierte en más atractivas. Y, sin abandonar su formación clásica, envuelve sus trabajos con un sentimiento de modernidad que las transforma en actuales y, por ello, han resistido perfectamente el paso del tiempo.

Tengo para mí que Lynne Kurzeknabe no solamente puede figurar como la auténtica «descubridora» de García de Carrasquedo, sobre quien tiene muchísimos folios escritos, fruto de su pesquisa española. Pero también se me antoja que uno y otra, el cántabro-aragonés y la euro-americana, poseen en sus respectivas biografías personales una serie de aspectos comunes; tantos, que no me extraña que la profesora Kurzeknabe se haya sentido atraída por el misterio (dicho entre comillas) que envolvía a un creador que habiendo tenido tan gran protagonismo en una época tan importante para el desarrollo de la ciudad de Santander, haya permanecido durante varios siglos en la oscuridad —o, por lo menos, en la penumbra—, sin que ni siquiera los eruditos se hayan dignado incluirle en la nómina de personajes que han dejado su experiencia en Cantabria, contribuyendo de esa manera al enriquecimiento musical de una ciudad que ahora cumple sus 250 años.

Fue Lynne Kurzeknabe la persona encargada de rescatarlo del olvido cuando ella se hallaba al frente de la Coral de Santander: primero mediante la inclusión de sus composiciones en los conciertos de la Coral, y después, con la edición de un LP (1982) y un CD (1997). Grabaciones ya agotadas pero recogidas aquí en una nueva edición destinada a mantener vivo y prolongar el conocimiento de la obra de un autor musical que nació para Santander al mismo tiempo que naciera esta ciudad para el mundo.

José Ramón Saiz Viadero

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